Una tradición que huele a harina y madrugada
En Paredes de Melo, cada madrugada comienza con un aroma inconfundible: el del pan recién hecho. Mientras muchos vecinos aún duermen, en los obradores de toda la vida ya se encienden hornos y se amasan historias. Porque el pan aquí no solo se come: se respeta, se comparte y se recuerda. Esta tradición, profundamente enraizada en nuestra cultura local, sigue viva gracias a unos pocos panaderos veteranos que, entre harina y leña, conservan el legado de generaciones.
Para conocer esta historia de primera mano, hablamos con dos de los grandes: Julián Torres, de 74 años, y Rosa María Cifuentes, de 69. Ambos han dedicado más de cinco décadas a este oficio que mezcla técnica, paciencia y mucho amor. Sus recuerdos, consejos y anécdotas nos permiten adentrarnos en un mundo que va mucho más allá de una simple barra de pan.
Oficio de madrugada: la rutina de los panaderos
“Aquí no hay despertador, hay costumbre”, nos dice Julián mientras se ajusta su delantal manchado de harina. Desde los 14 años lleva amasando masas en el horno de su familia. A las tres de la mañana ya está de pie. Primero se prepara la levadura madre (que ellos mismos cultivan), luego se trabaja la masa, y después, con manos expertas, se le da forma a las hogazas. A las seis ya empieza a oler a pan recién horneado por todo el pueblo.
Rosa María, por su parte, aprendió el oficio de su madre. “Antes, casi todas las familias hacían su propio pan, o tenían confianza con algún horno del barrio y llevaban su masa para cocerla”. Aún recuerda a su abuela marcando las hogazas con una ramita de romero para identificarlas en el horno comunal. Hoy, aunque las costumbres han cambiado, mantiene viva esa receta de antaño con masa madre, harina de trigo recia y cocción en horno de leña.
Los ingredientes: sencillez y calidad
El secreto, como muchas veces ocurre, está en lo simple. Según Rosa: “El pan bueno se hace con pocos ingredientes, pero bien escogidos: harina, agua, sal y tiempo. Nada más ». Nada de conservantes ni mejorantes industriales. Aquí, el reposo de la masa y la cocción lenta lo son todo. “La masa te habla”, dice Julián. “Hay que saber cuándo está lista. No hay reloj que te diga eso”.
En Paredes de Melo se usan harinas cercanas, procedentes de molinos de Castilla-La Mancha, lo que garantiza una trazabilidad total del producto. Además, el uso de agua de buena calidad y sal sin refinar aporta un sabor auténtico que ya pocos panes conservan.
El horno: alma de la panadería
Entrar en uno de estos obradores tradicionales es una experiencia en sí misma. El silencio de la calle contrasta con el chasquido del fuego en el horno de leña, que se alimenta con ramas de olivo y encina. El horno es una pieza central, casi sagrada. Hay hornos que tienen más de un siglo, como el que conserva la familia Torres al pie de la calle Mayor, restaurado pero con la misma estructura de barro y piedra que antaño.
“Un horno con historia da otro sabor”, asegura Julián, con convicción. La humedad, la temperatura, el humo suave de la leña: todo aporta matices únicos. No se trata solo de cocer pan; es un proceso que conserva el alma del lugar y de quienes lo hornean.
Pan y comunidad: una relación inseparable
Más allá del producto, el pan en Paredes de Melo es parte del tejido social. Hace décadas, los hornos también servían como punto de encuentro. Allí se compartían noticias, recetas y hasta se organizaban fiestas. “Cuando venían las fiestas patronales, hacíamos doble turno. No dábamos abasto, pero el ambiente era especial. Todos pasaban por allí”, recuerda Rosa entre risas.
Incluso hoy, muchos vecinos siguen comprando el pan “del horno de siempre”, buscando esa textura crujiente, esa miga esponjosa y ese sabor que ningún supermercado puede igualar. Hay quienes, tras años viviendo fuera, siguen encargando hogazas que se envían por correo. Una manera de saborear el pueblo desde la distancia.
El pan de fiestas: tradición con sabor local
Durante celebraciones como San Juan o San Antón, los panaderos realizan elaboraciones especiales: tortas dulces, panecillos de aceite, y el famoso “pan bendecido”, que se reparte en procesiones o se ofrece como ofrenda en las ermitas. Julián recuerda cómo de niño acompañaba a su padre en la preparación de cientos de bollos cada enero, cuando medio pueblo colaboraba para que nada faltara esos días.
Además, no puede faltar el pan con chorizo de matanza, un clásico de invierno que se sigue horneando con mimo durante las jornadas de matanza en familia. “Ese pan no dura mucho”, dice Rosa con una sonrisa. “En cuanto sale del horno, ya hay una cola esperando”.
Resistir el paso del tiempo
Los cambios tecnológicos, la globalización y el ritmo acelerado del día a día han puesto en riesgo este tipo de panadería artesanal. Sin embargo, tanto Julián como Rosa coinciden: “Mientras respiremos, no dejamos el horno”. No trabajan por negocio, sino por vocación. Y aunque sus hijos no han seguido exactamente sus pasos, ayudan en la elaboración y contribuyen a mantener el horno abierto.
Los panaderos reconocen que es difícil competir con las grandes superficies. Pero también saben que su pan cuenta otra historia, una que no se mide en euros sino en recuerdos. “Un niño que prueba nuestro pan, lo recordará siempre”, dice Julián. Y probablemente sea cierto. El sabor del pan es, muchas veces, parte del paisaje emocional de nuestras infancias.
Un legado que se enseña amasando
Desde hace algunos años, escuelas locales han comenzado a organizar talleres en colaboración con los panaderos. Niños y niñas aprenden a hacer masa, a dar forma a sus panecillos y, sobre todo, descubren de dónde viene lo que comen. “Amasar les relaja, se divierten, y valoran más lo que cuesta hacer pan de verdad”, comenta Rosa, que participa en estas actividades con entusiasmo.
También hay turistas que se acercan a vivir esta experiencia. Algunos alojamientos rurales del entorno organizan rutas panaderas, en las que se visita el horno, se prueba el pan caliente y se escucha a los artesanos contar sus vivencias. Esto permite mantener viva la tradición y al mismo tiempo dinamiza el sector local.
Un pan que habla de nosotros
En un mundo donde lo rápido y lo industrial domina la mesa, reservar un rincón para el pan artesanal es más que una elección gastronómica: es un acto de memoria y respeto. En Paredes de Melo, el pan sigue hablando el idioma del esfuerzo, del fuego lento, de la reunión familiar. Es parte de nuestra identidad, y gracias a panaderos como Julián y Rosa, sigue siendo un símbolo de autenticidad y sabor verdadero.
La próxima vez que cruzas por el pueblo al alba y tus pasos se llenen de aroma a pan recién hecho, piensa en esas manos curtidas que llevan décadas trabajando en silencio para que el desayuno tenga sentido. Y si pasas por el horno… no dudes en entrar.