Un pequeño santuario con historia
En el corazón de los campos que rodean Paredes de Melo, sobre una pequeña elevación de terreno salpicada por olivos y almendros, se erige la ermita de San Isidro. Quien la visita hoy, quizá en una tarde de primavera, difícilmente podría imaginar la profundidad histórica que contiene este modesto edificio. Su ubicación, simbólica y estratégica, revela el papel que ha jugado en la vida agrícola, espiritual y comunitaria de nuestro pueblo durante siglos.
La actual ermita, tal como la conocemos, data probablemente del siglo XVIII, aunque existen referencias orales que apuntan a una existencia anterior, quizá apoyada sobre los restos de un oratorio medieval dedicado a otro santo vinculado al trabajo en el campo. El terreno fue donado por una familia local, agradecida, según se cuenta, por una buena cosecha obtenida tras una larga sequía. Este es solo uno de los muchos relatos que confirman cómo lo religioso y lo agrícola van de la mano en nuestra historia.
San Isidro Labrador: símbolo espiritual de los agricultores
San Isidro, patrón de los agricultores, fue canonizado en 1622. Desde ese momento, su culto se expandió por todo el interior peninsular, especialmente en las zonas rurales. En Paredes de Melo, la devoción por San Isidro caló pronto y de manera profunda. No era solo un santo al que rezar en época de necesidad; era, y sigue siendo, una figura cercana, casi familiar, a la que se invoca antes de sembrar y a la que se agradece cuando la tierra da sus frutos.
La vinculación con San Isidro explica la presencia de su ermita alejada del núcleo urbano. La idea era muy clara: acercar el lugar de rezo al lugar de trabajo. Así, los campesinos podían rogar protección o dar gracias sin alejarse demasiado de las faenas del campo.
La romería: una tradición que ha resistido al tiempo
Si hay un momento del año en que la ermita cobra vida propia, es durante la romería de San Isidro, celebrada el 15 de mayo. La tradición de esta romería se remonta, al menos, al siglo XIX. Los documentos parroquiales y las crónicas locales mencionan ya en aquella época procesiones y celebraciones en su honor, incluyendo comidas populares, cánticos religiosos y hasta justas campestres.
La jornada comienza en el pueblo, con una misa solemne, tras la cual se traslada la imagen del santo en andas hasta la ermita. La procesión, entre cantos y rezos, recorre campos ahora reverdecidos por la primavera, en lo que se convierte en un auténtico desfile de colores y emociones. A su llegada, los vecinos se agrupan en torno a la explanada para compartir mantel, charlas y recuerdos.
Anecdotario de la romería
Entre las múltiples anécdotas que aún circulan entre los mayores del pueblo, hay una muy recordada: la de la gran tromba de agua del año 1963. A pesar de la tormenta, se decidió mantener la romería, y se trasladó la comida a los cobertizos de labranza cercanos. Muchos aseguran que, ese año, la cosecha fue la mejor de la década.
Otras historias hablan de las competiciones amistosas entre cuadrillas de labradores, que aprovechaban la festividad para medir fuerzas en el tradicional juego de la soga o en carreras improvisadas de sacos. Estos elementos lúdicos, lejos de restar solemnidad, añadían una dimensión profundamente humana y alegre a la celebración.
Transformaciones recientes y memoria colectiva
Como todas las tradiciones vivas, la romería de San Isidro ha ido cambiando con el tiempo. En las décadas de los setenta y ochenta, con la mecanización del campo y la emigración rural, disminuyó la asistencia. Sin embargo, desde los años noventa, la celebración ha vivido una revitalización. Gracias al esfuerzo de la Hermandad de San Isidro, al apoyo del Ayuntamiento y al cariño de los vecinos, hoy la romería vuelve a reunir a familias enteras.
Se han añadido nuevos elementos: se reparó la cubierta de la ermita, se instaló iluminación solar y se adecuaron las inmediaciones para facilitar el acceso. Aunque modernizaciones como estas pueden parecer menores, son esenciales para garantizar la continuidad de una tradición que cuenta ya con más de dos siglos de historia.
El testimonio oral sigue siendo la mejor fuente para entender lo que significa esta jornada para Paredes de Melo:
- “Son nuestras raíces, es donde aprendí de niño a respetar el campo”, dice Ramón, un agricultor jubilado.
- “La romería marca el ritmo del año. Es como un inicio y fin, aunque no sea enero”, comenta Marisa, vecina nacida en la calle Mayor.
La ermita como lugar de encuentro durante todo el año
Aunque la romería sea el aspecto más visible, la ermita de San Isidro tiene vida también fuera de esa fecha. Cada cierto tiempo, algunos fieles acuden a rezar en silencio. Otros, simplemente, se aproximan para pasear por sus alrededores, donde aún resuenan las cigarras en verano y se respira un ambiente de tranquilidad que pocos lugares ofrecen.
Además, en los últimos años, la ruta hasta la ermita se ha incorporado a varios itinerarios turísticos y educativos. Numerosos colegios de la comarca realizan visitas escolares donde se explica no solo la figura de San Isidro, sino también la importancia del trabajo agrícola en la historia local.
La romería hoy: entre lo festivo y lo identitario
La romería de San Isidro es actualmente mucho más que una cita religiosa. Es un acto de reafirmación identitaria. Cada mayo, al pie de la ermita, se da cita una comunidad que, aunque dispersa a veces por los avatares de la vida moderna, se reconoce en esa tradición sencilla pero profundamente significativa.
Bajo toldos improvisados, entre platos compartidos y al ritmo de alguna jota espontánea, se teje un hilo invisible que une generaciones. Mayores que narran cómo lo vivieron en su niñez. Jóvenes que descubren, quizá entre miradas incrédulas, el poder de una costumbre ancestral. Y visitantes que, atraídos por su autenticidad, se suman con respeto y curiosidad.
Un legado que merece recursos y cuidado
La conservación de la ermita no depende solo de la fe o del entusiasmo colectivo. También requiere de un compromiso institucional claro. Su rehabilitación parcial hace unos años es un paso en la buena dirección, pero es necesario seguir avanzando, con planes estables de mantenimiento, señalización adecuada y difusión cultural.
La ermita de San Isidro y su romería son parte del patrimonio inmaterial de Paredes de Melo. No son solo piedras ni solo recuerdos: son símbolos vivos de una forma de entender la vida, en estrecha conexión con la tierra, el esfuerzo colectivo y la celebración compartida.
Y es que, si uno se detiene un momento, junto a la ermita, con la vista puesta en los campos y el eco de alguna vieja copla aún flotando en el aire, comprende que aquí, más que una historia, se respira una manera de ser. Y eso, como todos sabemos, es algo que no se debe perder.